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Frase de la semana

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sábado, 2 de febrero de 2013

¿Necesidad, deseo? ¿Y si no se cumplen?

En muchas ocasiones desde la terapia trabajamos aquellas situaciones o pensamientos que producen malestar y que tienen su base en la percepción e interpretación que la persona hace de la realidad. En concreto, aquí trataremos de situaciones en las que un deseo o necesidad se viven como algo inalcanzable, como un imperativo de vida.

Una necesidad implica que hay una carencia de algo y un deseo de satisfacerla.


Hay necesidades que hacen referencia a aquellos elementos que aseguran nuestra supervivencia y nuestra vida diaria: comer, beber agua, dormir, abrigarse,… Si no me alimento podré aguantar unos días, pero si me mantengo sin comer acabaré falleciendo.

Otras están encaminadas a la búsqueda del bienestar. Son aquellas necesidades que varían de unas épocas u otras, y que lo hacen entre las diferentes culturas. Hay necesidades sociales que afectan al individuo y necesidades que afectan al conjunto de la sociedad.
 

El hombre, a diferencia de lo que ocurre con los animales, puede crear y desarrollar una enorme cantidad de necesidades.

Los deseos son aquellas cosas a las que aspiramos y consideramos como objetivos de fácil o difícil consecución. A través del deseo es como la persona se motiva a la acción y se dirige en la búsqueda del placer. Puedo desear ir al cine, pero si no voy no me muero por ello.

El problema surge cuando el hombre convierte en necesidad aquello que no es del todo necesario o cuando, al no satisfacer su deseo, la persona lo vive como frustración e insatisfacción personal. Se producen entonces emociones asociadas a dolor, tristeza, ira, insatisfacción. El deseo no desaparece, pero sí aparecen pensamientos, y emociones que bloquean y dificultan su consecución, afectando todo ello a nuestra autoestima y bienestar.

La necesidad que se vive con rigidez, que se basa en tener grandes cantidades de cosas, la que está enfocada a la perfección, surge de creencias y sentimientos subjetivos. Se convierte entonces el deseo en una absoluta necesidad.

Tomar conciencia de la percepción que tenemos cuando surgen deseos o necesidades es importante a la hora de afrontar cualquier situación. Observar el diálogo interno que se produce en nuestro interior y que puede provocar emociones asociadas a frustración y tristeza. Detrás del problema de muchas personas que expresan su malestar, que se sienten insatisfechas o que están con un bajo estado de ánimo, se esconde precisamente este tipo de circunstancias que sin ser realmente necesarias se viven como tal.

Quien no ha oído a un amigo, o ha verbalizado en si mismo frases como: “necesito verle hoy mismo”, “necesito tenerle a mi lado”, “necesito estar bien” ó “debería haberme llamado”, “deberías hacer lo que te dicen”…

Son esos “deberías” y “necesito” relacionados con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Deseos que al vivirse como exigencias e imposiciones, provocan en muchas ocasiones respuestas emocionales de sufrimiento, culpabilidad, frustración y fracaso. Tiende a ser visto como “horrible”, “espantoso”, “catastrófico”.

Cada persona, desde su individualidad, juzga la necesidad o el deseo según sus prioridades y según su sistema de creencias. Si la persona no tiene recursos para ver la situación como oportunidad de cambio, como reto o como circunstancia alcanzable, se encontrará ante una situación de bloqueo y estancamiento. He ahí cuando erróneamente se convierte en un problema algo que objetivamente no lo es.

El objetivo en la terapia es conseguir cambiar estas ideas por unas más racionales que hacen al sujeto sentirse bien consigo mismo, y con los demás. Entender también que las palabras tienen un valor más allá de su significado. Expresan emociones diversas (odio, rencor, orgullo, amor, alegría…) y provocan respuestas comportamentales ajustadas a ellas.

¿Qué pasaría si esas expresiones se verbalizaran de otra manera?, ¿si eliminamos las palabras que lo convierten en imperativos, y las relativizamos? Por ejemplo: “me gustaría verle hoy”, “mi deseo sería estar bien”, “me hubiera gustado que me hubiera llamado”…

Todas estas exigencias se transforman de esta manera en preferencias, en deseos abiertos a la posibilidad de afrontamiento de una manera más flexible y por lo tanto más adaptativa. No implica renunciar al logro de nuestras expectativas, pero sí nos ayuda a asumir y adaptarnos a cualquier situación a la que debamos hacer frente. Asumir que los sucesos, las personas, son como son y no como nosotros creemos que deberían ser.

Se trata de aprender una nueva filosofía de vida más inteligente. Entender también que no todo está en nuestras manos, y que pensar, sentir y actuar de manera más funcional nos acerca a lograr el objetivo de nuestro bienestar.

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